martes, 31 de mayo de 2016

Hace unos días, una amiga me comentaba que, aunque le gustaría tener un hijo, no lo tendría nunca porque sabía que nunca sería una buena mamá. Su ansiedad, sus problemas depresivos, su dificultad para aguantar el estrés y la presión en el trabajo, su inseguridad, su miedo al futuro. En ese momento a mí me pareció tan claro, y le dije: justamente todo eso es una razón para ser madre y trabajar en amar mejor, en vivir mejor si es lo que en el fondo quieres. Porque todo eso, todo lo demás, no es nuestro. Si no, si nos rendimos, ¿qué nos queda?
  
También me contaron el relato de otras mamás que habían sufrido un aborto provocado. La mayoría, por sus condiciones de trabajo. Por la imposibilidad de poder criar a un niño si te esperan 11 horas diarias en una cooperativa de frutas, por ejemplo. Voy a intentar buscar esos relatos y darlos a conocer.

Hace 8 meses a mí esto no me hubiera parecido tan claro, obvio. Sé que este tema, y este blog, sigue creando mucha controversia y que hay gente que piensa que voy en contra de mi libertad con lo que digo. Pero es muy simple. Que lo llamen dificultad, imposibilidad, explotación, condiciones de trabajo, pobreza. En estos casos, en los que se decide algo que ya esta previamente decidido, que lo llamen obligación, que tengan la valentía de llamarlo así, pistola en la nuca.



Pero que no lo llamen dignidad, y ya está.

 Hace mucho que no escribo, porque no quería escribir más sobre mi dolor. Ya está claro, creo que eso ya ha quedado claro. Pero sí quiero hablar de tres cosas que me dijeron y que me han ayudado (y me están ayudando) mucho:

-       Llena tu vida de cosas buenas. Y para mí eso son, básicamente, más y mejores relaciones con las personas. A eso es a lo que me estoy dedicando la mayor parte de mi tiempo ahora.

-       Cuídate como te cuidarías si tu hijo estuviera aquí. Eso me supone un gran esfuerzo, en cositas pequeñas, cada día. Pero sentir que no lo hago sola me ayuda mucho.


-       Piensa en cómo te gustaría que fuese el mundo si tu bebé viviera en él. Esto me hace recordar mi trabajo: enseñar. Aunque he tenido que dejar las clases temporalmente, mi objetivo ahora mismo es volver a enseñar. Esta herida es no sólo una razón más para dedicar mi vida a la pedagogía, sino algo que me acompañará al enseñar, también.


viernes, 15 de abril de 2016

Hay una escena, un momento sobre el que no he escrito y que esta semana se repite mucho en mi cabeza. En la clínica, me puse muy muy nerviosa en el despacho, cuando la doctora me explicaba todo el procedimiento y ella, en vez de preguntarme ‘¿Qué te sucede?’, ‘¿Estás segura de lo que vas a hacer?’, me dio un tranquilizante, ‘Póntelo bajo la lengua’, me dijo, ‘que así actúa más rápido’. Entonces yo dije que necesitaba salir un momento del despacho y fui a buscar a mi amigo, que estaba en la sala de espera, para hablar con él. Había más gente en la sala, así que teníamos que buscar otro sitio para hablar.

Y entonces abrí la puerta de la clínica y salí, salí al portal, salí de la clínica, me iba fuera. Salí de allí.

La enfermera y mi amigo, se rieron, pero dónde vas, mujer, vamos a hablar en uno de los cuartos. Los cuartos son una especie de habitación a modo de hospital a los que se va antes y después de la intervención. Hay una tele, una cama con una manta, una mesita en la que te ponen un zumo, una magdalena y un ibuprofeno.


Fuimos al cuarto, hablé un poco con mi amigo, yo quería encontrar una excusa, que la clínica parecía cutre, que me habían dado un tranquilizante, que el cuarto de baño, que la doctora tal vez no era doctora, que…Pero no la dije, la excusa, di un abrazo a mi amigo, y me puse la pastilla bajo la lengua.